La tierra es feliz con todo lo que hay - Prólogo



Letras felices

Una brisa suave recorre el corazón de las le­tras de la niña Andrea. Sus palabras laten, están vivas y, lo que es más admirable, florecen a me­dida que el lector las lee.

La fertilidad es cualidad del verdadero ar­tista. Andrea lo es. Empezó a dictar sus relatos a los seis años; hoy tiene ocho y es ella quien toma la pluma y plasma en papel sus poesías, sus cuentos (otra forma de poesía).

Algunos textos han sido ya publicados en un periódico de San Luis Potosí, Entropía. Otros no habían visto la luz, hasta hoy. Este libro abraza lo que Andrea ha escrito, lo que Andrea es.

El título que da unidad a sus relatos –“La tierra es feliz con todo lo que hay”–, pareciera evocar algún antiguo escrito náhuatl, la senten­cia de algún códice perdido... Y esta evocación es presencia continua en la poesía y la prosa de Andrea. La melodía náhuatl que “suena” en sus escritos, recoge también una cierta cosmovisión indígena de la que ella, desde luego sin saberlo, es portadora: las ideas sencillas, la belleza como aspiración y aliento, la naturaleza como vínculo de lo verdaderamente humano, la ingenuidad que no es idealismo cándido sino esperanza siempre nueva, la existencia que comparece ante lo divino.

El título es también oración que define el tono de su escritura. Un paraíso perdido y re-en­contrado en cada uno de sus textos. No importa si se trata de un león aprovechado, un padrastro egoísta o un angelito malo, cada ser viviente tiene la posibilidad de encontrar, para toda trage­dia, una salida; y no una salida cualquiera: una bella salida. Es la libertad que halla, en el bien, belleza y felicidad reales.

Andrea juega –con la seriedad y el drama­tismo del juego verdadero– a ser fabulista. Un pequeño Esopo pasea entre sus páginas. Un Esopo que no conoce de ardides literarios ni de conveniencias sociales, y que llama al pan, pan y al vino, vino. Un Esopo libre y sin complejos que nos recuerda que la felicidad se conjuga en plural y a la sombra del Bien.

Nuestra artista sabe, con una intuición ma­ravillosa que no es propia de su edad, que es sólo en el encuentro que la persona se redime. Que la grandeza personal va de la mano de las relaciones con los demás, pero no de cualquier relación, sino de relaciones esenciales, vertebra­doras, que eso y no otra cosa es la amistad. Y esto vale para las relaciones con los demás... y también con uno mismo.

Uno de sus últimos escritos, “Perdona a tu corazón”, me parece una síntesis perfecta del pensamiento que subyace en las letras de An­drea: las consecuencias del mal actuar, el arre­pentimiento, el perdón, la redención. Por eso conmueve la escritura de esta niña artista, por­que invoca a lo más íntimo del corazón, apaci­blemente, esperanzadoramente.

“Hoy necesita un día feliz” dice una frase en “El gato pobre”. Todos lo necesitamos. Tene­mos sed de esa felicidad íntima que es anhelo de trascendencia y que, nos recuerda Andrea a tra­vés de sus letras suaves, es posible. La felicidad al alcance de la mano de todos, de cualquier mano por más indigente que sea; la felicidad como suma de momentos minúsculos, mágicos, y ¡ojo!, fugaces. La felicidad vestida de letras de una niña que se llama Andrea.

Ma. del Pilar Alvear García

 

 

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