El día más feliz de mi vida


Un día mi mamá me había dicho que en mi kinder iba a haber un campamento. Entonces le dije a mi mamá:
—¿En serio? Espero que no vaya a ser aburrido.
—No, no va a ser aburrido, habrá muchos juegos divertidos.
Y fui a ese campamento y luego mi mamá me enseñó todos los juegos. Había uno donde te tenías que subir y luego bajar por una cuerda, y se sentía cosquillitas y llorabas; luego había un columpio que estaba en un árbol lleno de zapotes, y entonces me subí allí y agarré ocho zapotes de ese árbol; también había uno donde te tapaban los ojos y tenías que atrapar a todos los niños por unas cuerdas alrededor, y si tocabas las cuerdas perdías. Y entonces me subí a todos, todos menos a uno que no me gustaba, el primero, porque sentí mucho miedo: estabas desde un poste hasta abajo y se veía bien feo, unos iban llorando y yo no quise subirme; bueno por lo menos me subí, pero no me quise bajar por la cuerda. Luego cuando fui al columpio me sentí mejor, y cuando jugué el último juego, que era el de “cuidado con las cuerdas”, me sentí mucho mejor y pude estar bien, porque ése fue el más divertido, aunque el columpio también se incluyó, pero yo estaba esperando la noche porque te escondían dulces en el patio y apagaban las luces, y con una lámpara tenías que salir a buscarlos. Así era cada campamento de ahí. Entonces cuando llegó la noche busqué y busqué, hasta que me encontré muchísimos cerca de un puentecito, y entonces ahí habían escondido millones de dulces. Agarré sólo tres para completar 100; cuando tuve cien dije “Quisiera quedarme con toda esa bolsa”, pero dije “No, debe de ser de un niño”. Y devolví los tres dulces y me quedé con 97 y no pude completar los cien que quería.
Después los niños me encontraron buscando y dijeron:
—¡Mira una bolsa de dulces bien llena! —y todos agarraron.
Cuando nos dijeron que ya se acabó el tiempo de buscar los dulces, fuimos a una bonita fogata, comimos malvaviscos y cantamos alrededor de ella. Luego nos fuimos a dormir, pero cuando me lavé los dientes se me amontonaron porque tenía un cepillo de batería y querían verlo. Luego vino Itzel y dijo que ella también tenía uno. Luego nos dormimos, pero como me había llevado una gatita de peluche, se la presté a mi amiga Carol, pero ella se la pasó a Paola, y ella a Itzel, y después cuando amanecimos era el último día para irnos. Nos cambiamos, hicimos nuestras cosas, les dijimos a las maestras gracias por el campamento, y yo dije:
—¡Es mi mejor día de la vida, en este gran campamento de mi vida de esta escuela que es la mejor de las escuelas!


Andrea Martínez Jiménez
21 de junio de 2007
Dibujo de Andrea

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